viernes, 2 de abril de 2010

MI ENCUENTRO CONMIGO.

     Caminando por Sabas Nieves, decidí tomar un pequeño descanso y sentarme bajo la sombra, escondiéndome del inclemente sol que a través de las nubes vomitaba fuego.
     Dos libros me acompañaban: Madame Bovary y el Museo de la Inocencia. Ambos los comencé de manera conjunta y me atraparon en su majestuoso contenido.
     El amor y la pasión convertida en obsesión narrada de manera magistral por Orhan Pamuk, o la ambición y el adulterio de Madame Bovary, cuya tragedia de mujer infelizmente casada y llena de sueños chocaban cruelmente con la realidad.     
      Tomè a Orhan Pamuk y su historia de amor entre Kemal y Füsun.
      Mi cuerpo yacía sobre la grama. A mis pies la panoràmica del valle de Caracas. A mi alrededor una hermosa vegetaciòn. Sobre mí un sol radiante que lograba visualizar a través de las ramas de un frondoso árbol.
    Pasaron los minutos, quizás las horas, no lo sé; realmente había perdido la noción del tiempo. Por mi mente surgió un sinfín de escenarios, me detuve en alguno de ellos, los màs emocionantes, esos que le devuelven el brillo a tu mirada y te regalan una sonrisa en lugar de bostezos o melancolía.
    Recordé a mis hijas cuando corrían por ese mismo lugar. Eran traviesas y encantadoras. Llevaban flequillo y dos trenzas que caían sobre sus hombros, la mejor solución para que permanecieran peinadas durante todo el paseo. Siempre con sus muñecas en las manos jugaban conmigo, buscaban mi ayuda para cambiarles la ropa, peinarlas y hacerles una cola o quizás un moño. Yo siempre tenìa a Ken, ellas a Barbie, y de manera inocente le pedían a Ken que las besara declarándoles su amor.
     Luego pensé en Maximiliano, mi primer y verdadero amor. Despertaron  mis deseos de mujer, entregada totalmente a la sensualidad. Fornicaba de pie apoyada del árbol más cercano, y luego me acostada sobre el césped, dejando caer sobre mí el peso de su cuerpo. Entregada con frenesí, me convertía en un volcán que amaba de manera enardecida, dejando besar mis labios, mi cuello, mis senos y mi vientre hasta que corriera el producto de su orgasmo entre mis piernas y frotara sobre mi cuerpo el néctar de esa pasión.
     Volví a la realidad, ni siquiera había comenzado a leer el libro, era tarde y tenía que bajar. La sonrisa me acompañó durante todo el camino convencida de que los mayores deseos de una mujer son  los hijos primero, pero el sexo inmediatamente después; aunque para muchas, en su ridícula concepción de la moralidad extrema, el erotismo siempre será un tabú.