domingo, 16 de mayo de 2010

UNA MAÑANA EN LA ESTANCIA.


     Pasé casi toda la mañana en los jardines de la Estancia. Es un oasis en el centro de la ciudad caraqueña. 

     Encontrè un rincón perfecto y me senté bajo la sombra de un àrbol de tupido follaje. Frente a mí, un jardín de flores, cuya combinación de rojos y amarillos era un verdadero placer. El sol asomaba tímidamente su resplandor entre las nubes, y la tierra todavía conservaba algo de humedad que la lluvia había dejado la noche anterior.

     Miraba embelesada como dos niños correteaban frente a mí. Muy cerca, una mujer de tez morena, que en perfecto estado de concentración, realizaba sus prácticas de Tai Chi. A mi lado, dos amantes, cuyas miradas se apoderaban inexorablemente de su voluntad.

     Un rayo de sol penetrò entre las ramas del àrbol y una suave brisa acariciaba mi rostro. Cerré los ojos, y  sentì una secuencia interminable de besos que dejaban su exquisita humedad sobre mis labios. Era un intercambio infinito de sensaciones placenteras. Esas caricias que logran dibujar figuras abstractas y exòticas sobre tu piel quedando por siempre como una mancha indeleble.

     Me levantè, tenìa tres horas sentada sobre la grama y se me habìan dormido las piernas. Decidì dar una vuelta antes de salir. Tres caballeros afinando sus cuatros, se preparaban para deleitar a los presentes con su agradable melodìa. Fui hacia ellos para pedirles que tocaran una de mis canciones preferidas "Viajera del Río", y de manera muy amable y cortés, accedieron a mi petición, dedicándome ese conjunto de notas musicales que escuchè con todo mi cuerpo.

     Y asì, logre escribir estas palabras. No busco la naturaleza, la mùsica o una buena lectura para olvidar cosas y distraer mi mente, las busco para despertar pasiones, esas que le devuelven a la vida todo su esplendor.